sábado, 24 de noviembre de 2007

¿Qué tan secos estamos?

Rebelion
Tom Engelhardt
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Georgia está en mi mente, Atlanta, Georgia. Es una ciudad con problemas en un Estado con problemas, en una región con problemas. Problemas suficientemente grandes como para que el gobierno estatal se mueva rápido. Esta semana, respaldado por un coro que cantaba “Sublime Gracia,” acompañado por tres ministros protestantes, y 20 manifestantes de la Sociedad de Librepensadores de Atlanta, el gobernador bautista de Georgia, Sonny Perdue dirigió a una multitud de cientos en oraciones pidiendo lluvia. “Nos hemos reunido aquí,” dijo, “simplemente por un motivo y sólo por un motivo: para orar muy reverentemente y respetuosamente por una tormenta.” Parece, sin embargo que el Todopoderoso, Él “que puede influir y lo hará” – estaba ocupado en otra cosa y la sequía regional continuó amenazando a Atlanta, una metrópolis de 5 millones (y crece rápido), con la posibilidad de que pueda acabársele el agua en sólo 80 días o en hasta un año, si no llega la lluvia.

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Breve resumen de la situación actual:

El racionamiento del agua ha sido impuesto a la capital. El lavado de coches y el regadío de céspedes están prohibidos dentro de los límites urbanos. Las cosechas en la región han bajado entre un 15 y un 30%. A fines del verano, los embalses y represas locales contenían un 5% de su capacidad.

¡Vaya!, no hablo de Atlanta, o ni siquiera del sudeste de EE.UU. Se trata de Ankara, Turquía, afectada por una feroz sequía y altas temperaturas que también afectan a Europa del sur y del sudoeste.

Perdón, tratemos de nuevo. Imaginen el siguiente escenario:

Durante la última década, ha habido reducciones entre un 15 y un 20% en la precipitación. Estas pérdidas de agua han sido acompañadas por temperaturas récord y por un aumento de los fuegos incontrolados en áreas en las que las poblaciones han estado creciendo rápidamente. Se ha establecido una feroz sequía – de la variedad centenaria. Los céspedes pueden ser regados sólo unas pocas horas por día (y sólo con baldes); la máxima duración permitida de una ducha es de cuatro minutos. Se acabó el lavado de coches, aunque está permitido limpiar a mano vidrios y espejos absolutamente indispensables.

¿Suena familiar? Sucede que tampoco se trata del sudeste estadounidense; es una descripción de lo que ha llegado a ser llamado “El gran seco” – la sequía sin precedentes que ha azotado inmensas partes de Australia, la peor en por lo menos un siglo en un continente que ya es tristemente notorio por su sequedad, pero también es parte del granero del mundo, donde las cosechas ahora caen regularmente y las granjas cierran.

En los hechos, en mi camino por la árida senda hacia Atlanta Georgia, emprendí una serie de desvíos afectados por la sequía. Hay Moldavia. (Si sois como yo, es probable que ni siquiera sepáis donde está en el mapa la pequeña antigua república soviética.) Como gran parte de Europa meridional, ha sufrido temperaturas achicharrantes durante este verano, precipitaciones excepcionalmente bajas, algunas veces mucho menos del 50% de la lluvia esperada, caída de las cosechas y de las granjas, y crecientes fuegos incontrolados. (Lo mismo vale, en uno u otro grado, para Albania, Bulgaria, Croacia, Macedonia, y – con su récord en cien años de calor infernal de proporciones bíblicas – Grecia que perdió un 10% de su nasa forestal en un feroz apocalipsis de meses de duración, dejando “grandes trechos del campo... a riesgo de despoblarse.”)

¿Y qué pasa en Marruecos, al otro lado del Mediterráneo, que tuvo un 50% menos de lluvias que en un año normal? ¿O las Islas Canarias, con sus centros vacacionales españoles en el Océano Atlántico, que son conocidos por millones de visitantes por su clima templado durante todo el año, donde este verano tuvo días de 40 grados centígrados, fuertes vientos, y feroces incendios. Se quemaron treinta y cinco mil hectáreas, engullendo en llamas y humo a algunas de las islas lo que llevó a la partida de miles de turistas.

¿Y qué pasa en el Valle de Tehuacán donde, hace miles de años, se aclimató por primera vez el maíz como cultivo agrícola? Incluso en la actualidad, el pedido de "un Tehuacán" en un restaurante en México significa obtener la mejor agua mineral embotellada del país. Por desgracia, el área no ha tenido una buena lluvia desde 2003, y las resultantes condiciones de sequía han casi imposibilitado la agricultura de subsistencia, enviando a habitantes locales desesperados hacia el norte y a través de la frontera como inmigrantes ilegales – algunos de ellos al sur de California, afectado también por monstruosos incendios impulsados por los monstruosos vientos de Santa Ana, avivados por prolongadas condiciones de sequía y con yesca suministrada por nuevas comunidades construidas en la profundidad de los páramos donde se gestan los fuegos. Y Tehuacán es sólo una zona de desastre en una creciente catástrofe mexicana. Como ha escrito Mike Davis: “Ranchitos abandonados y pueblos que son casi fantasmas en toda Coahuila, Chihuahua y Sonora son testigos de la implacable sucesión de años secos – comenzando en los años ochenta pero que llegaron a una intensidad verdaderamente catastrófica a fines de los años noventa – que ha impulsado a cientos de miles de gente pobre del campo hacia la explotación de los sweatshops de Ciudad Juárez y a los barrios de Los Ángeles."

Según la planilla “How Dry I Am” del “experto en habitabilidad” Bert Sperling, cuatro ciudades en el sur de California, no la árida Atlanta, encabezan la categorización nacional de sequía: Los Angeles, San Diego, Oxnard, y Riverside. Además, Pasadena tuvo el dudoso honor, en septiembre, de vivir el año más seco de su historia.

Guerras por los recursos en el interior de EE.UU.

“Las guerras por los recursos son cosas que suceden en otros sitios. Generalmente no pensamos en nuestro país como pobre en agua o imaginamos que las “guerras por los recursos” puedan ser aplicadas como una descripción a varios gobiernos estatales y locales en el sudoeste, el sudeste, o el norte de la región central que ahora luchan a brazo partido por agua que previamente compartían. Y a pesar de todo, “guerra” puede no ser una mala metáfora para lo que acecha en el futuro. Según el Centro Nacional de Datos Climáticos, responsables federales han declarado que un 43% de EE.UU. continental se encuentra “en una sequía entre moderada y extrema.” Sonny Perdue [gobernador de Georgia, N.del T.] ya está involucrado en un conflicto cada vez más agrio – una “guerra del agua” como dicen los titulares – con los gobernadores de Florida y Alabama, así como con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, por el flujo del agua hacia y fuera del área de Atlanta.

No se puede decir que sea el único. Después de todo, el sudoeste está en manos de lo que, según Davis, algunos climatólogos llaman una “‘megasequía,’ incluso la ‘peor en 500 años.’” Lo que es más chocante, escribe, es que semejantes condiciones podrían representar en realidad el nuevo “clima normal” de la región. El norte de la zona central de EE.UU. está también en un modo de falta de lluvias, con niveles acuáticos que bajan alarmantemente en los Grandes Lagos. El nivel del agua en el Lago Superior, por ejemplo, ha caído al “punto más bajo registrado para esta época del año.” (Nótese, a propósito, cómo muchos “registros” son fijados nacional y globalmente en estos años de sequía; cuántos sitios ya están comenzando a ir más allá de la historia, lo que significa más allá de cualquier punto de referencia que podamos tener.)

Y luego tenemos el sudeste, un 26% del cual, según el Servicio Nacional del Tiempo, está en un estado de sequía “excepcional,” su categoría más extrema, y un 78% del cual está “afectado por la sequía.” Estamos hablando en este caso de una región que es considerada normalmente como rica en recursos hídricos, y que ahora establece una serie de récordes de sequedad. Ha sido el año más seco histórico de Carolina del Norte y Tennessee, por ejemplo, mientras que 18 meses de cielos despejados han llevado a Georgia a romper todos los récordes históricos, sean los medidos por “el porcentaje de humedad en el suelo, la tasa de flujo de los ríos, [o] milímetros de lluvia.”

No se puede decir que Atlanta sea la única ciudad o pueblo en la región con un suministro decreciente de agua. Según David Bracken del News & Observer de Raleigh, “a 17 sistemas hídricos de Carolina del Norte, incluyendo a Raleigh y Durham, les quedan 100 o menos días de suministro de agua antes de que lleguen a los sedimentos.” Rock Spring, en Carolina del Sur, “ha estado sin agua durante un mes. Los agricultores están transportando agua en camionetas para mantener en vida a su ganado.” Lo mismo vale para la pequeña localidad de Orme, Tennessee, donde el alcalde abre los grifos del agua sólo durante tres horas por día.

Y luego, está Atlanta, con su área metropolitana “irrigada” sobre todo por una represa artificial hecha en los años cincuenta, el lago “Lake Lanier” que, como lo muestran dramáticas fotos, se está convirtiendo en barro cocido. Con una población que ya ha llegado a los cinco millones, y conocida por su crecimiento desenfrenado (así como por su falta de gestión del agua), se espera que la ciudad albergará a otros dos millones de habitantes en el año 2030. Y, sin embargo, según qué artículo se lea, a Atlanta se le acabará esencialmente el agua para Año Nuevo, en 80 días, en 120 días o, según el Cuerpo de Ingenieros del Ejército – que parece considerar que es reconfortante – en 375 días, si la sequía continúa (como probablemente sea el caso).

Bueno, probemos una vez más:

En toda la región, las fuentes están “totalmente secas”; en pequeños pueblos, han dejado de realizar bautismos “por inmersión”; el lavado de autos y las lavanderías han reducido sus horarios o han cerrado. Los campos de golf han recurrido a regar sólo árboles y céspedes. Las fogatas, los fogones y las parrillas están prohibidos en algunos parques nacionales. Los botes han abandonado el lago Lanier y han llegado detectores de metales.

Es el frondoso EE.UU. sudoriental que, gracias en parte al desarrollo del efecto de La Niña en el Océano Pacífico, enfrenta ahora la probabilidad de un invierno más seco que nunca. Y, para ponerlo en su contexto, hay que recordar que 2007 “ha sido hasta la fecha el año más caluroso de la historia en tierra [y]... el séptimo año más caluroso hasta ahora en los océanos, lo que resulta en que ha sido el cuarto año más caluroso en el mundo en general.” Oh, y arriba en el Ártico, la masa de hielo alcanzó su nivel más bajo en septiembre desde que comenzaron las mediciones por satélite en 1979.

¿Y después?

Y después, existe esa pregunta que me ha estado fastidiando desde que esta historia atrajo mi atención a comienzos de octubre cuando iba saliendo de la prensa regional y comenzó a llegar lentamente a las noticias principales de la televisión por la noche y a las primeras planas de los periódicos nacionales; es la cuestión que he estado esperando pacientemente que encaren algunos periodistas ecológicos, en algún sitio en los medios dominantes; la pregunta que me parece tan obvia que me cuesta creer que no estén todos pensando en ella; aquella que automáticamente lleva a exigir una respuesta – o por lo menos que sea tocada por periodistas juiciosos, experto, o y eruditos informados. He esperado durante cada día del último mes o más, mientras cada artículo sobre Atlanta termina más o menos en el mismo punto – con la posibilidad espantosa de que pronto se acabe el agua de la ciudad – como si se chocara contra un muro de ladrillos.

No es que no haya habido algunos excelentes reportajes – sobre lo extremo de la situación, la súper-construcción y la súper-población de la región metropolitana, la redomada desatención que la ha acompañado, y las guerras por recursos en la que se ha sumido desde entonces. A pesar de todo, he buscado en Google, leído montones de artículos sobre el tema, y todos – incluso aquel cuyo primer párrafo preguntaba: “¿Y si los grifos de Atlanta se secaran realmente?” – parecen terminar justo cuando mi pregunta comienza. Es como si, en cada artículo, el periodista hubiera llegado al borde de algún precipicio hacia el que nadie quiere mirar, no vaya a ser que se caiga.

Sobre la base de los antecedentes de los últimos siete años, podemos estar seguros de que el gobierno de Bush no tiene el menor deseo de mirar más allá, hacia el precipicio; que nadie le otorga alguna importancia en FEMA [Agencia federal para manejo de emergencias] que le haya prestado a la situación la atención que merece; y que, al respecto, como en tantos otros temas, altos responsables del gobierno sólo esperan llegar a enero de 2009 sin demasiadas cicatrices. Pero, si no lo hace el gobierno federal, ¿no debiera alguien hacer preguntas? ¿No debiera alguien comprobar lo que realmente nos espera?

Así que quisiera formularlo como sigue: ¿Y entonces qué?

¿Y entonces qué podemos esperar exactamente? Si la sequía del sudeste ya se da por descontada en Georgia, entonces, sea en 80 u 800 días, ¿no existe una posibilidad de que algún día en un futuro no tan distante Atlanta se quede sin agua? ¿Y entonces qué?

Bueno, están llevando agua en camiones a Orme, Tennessee, sin agua, pero el alcalde de la localidad, Tony Reames, presentó bien el asunto, al preocuparse por Atlanta, “Podemos sobrevivir. Somos 145 personas, pero allá hay 4,5 millones. ¿Qué van a hacer?

¿Qué, por cierto? ¿Han transportado alguna vez agua para tanta gente? ¿Y qué pasará con la industria, incluyendo, en el caso de Atlanta, a Coca Cola que, después de todo, es un negocio basado en agua? ¿Qué pasará con los restaurantes que necesitan lavar sus platos o los doctores en los hospitales que tienen que lavarse las manos?

Seamos realistas, sin agua, hay que replantearse todo a partir de cero. Y si, como dicen algunos, estamos más allá del punto del ‘pico del petróleo,’ sino del ‘pico del agua’ (y del agua barata) en partes importantes del planeta... bueno, ¿entonces qué?

Quiero decir, no quiero decir que sea un experto en la materia, pero ¿de qué exactamente estamos hablando? Algún día, en un futuro razonablemente cercano, ¿podrían Atlanta, o Phoenix, que en el invierno 2005-2006, pasó 143 días sin un poco de lluvia, o Las Vegas, convertirse en un Katrina sin la tormenta? ¿O estamos hablando de un nuevo sendero de lágrimas? ¿Qué pasaría exactamente a los pobres de Atlanta? ¿A la propia Atlanta?

Ciertamente habréis visto los artículos sobre lo que el calentamiento global podría hacer en el futuro a las áreas frágiles o bajas del mundo. Tales artículos mencionan usualmente la posibilidad de enormes migraciones de los pobres y desesperados. Pero usualmente no pensamos en la “patria” al respecto. Tal vez deberíamos hacerlo.

O tal vez, que yo sepa, si la sequía continúa, ¿se achicharrarán primero sectores de la región, como partes del sur de California, incluso antes de que lleguen a experimentar la pérdida total de agua? ¿Tendremos récordes centenarios en el sur, sin que parezca un viento de Santa Ana? ¿Y entonces, qué?

¿Migraciones masivas?

Bueno, perdonad una terrible analogía deportiva, incluso de mal gusto, pero pensad en esto como un inmenso juego en el estadio, y que hayan enviado a uno de los aguadores – yo – para ocupar la cabina de la prensa. Quiero decir, por favor: ¿Por qué soy yo el que hace las preguntas? ¿Dónde está el equipo de la primera división mediática?

En lo que confieso fue una búsqueda limitada en la prensa dominante, encontré sólo un artículo vívido, ponderativo, sobre el tema: "The Future Is Drying Up" [El futuro se seca], de Jon Gertner, escrito para la revista del New York Times. Se concentra en la sequía del sudoeste y comenzó a explorar algunos de los “y entonces,” como en ese breve pasaje sobre Colorado en el que Gertner cita a Roger Pulwarty, un “climátologo altamente respetado” en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica:

“El peor resultado... serían migraciones masivas de la región, junto con amargas batallas judiciales entre Estados por los decrecientes suministros de agua. Pero mucho antes, si demasiada agua es extraída de la agricultura, se paralizarán las localidades agrícolas y ganaderas. Mientras tanto, la mayor industria de Colorado, el turismo, podría derrumbarse si el flujo de los ríos se convierte en un goteo durante el verano.”

Migraciones masivas, exfiltraciones... Esperad un segundo, y considerad esa posibilidad y lo que podría significar exactamente. Después de todo, tenemos una pequeña idea, después de haber perdido, en los últimos años, una ciudad estadounidense, Nueva Orleans, por lo menos temporalmente.

O considerad otra predicción de “y entonces”: ¿Y si la prolongada sequía en el sudoeste resulta tener, como escribió Mike Davis en Nation magazine, “la escala de las catástrofes medievales que contribuyeron al colapso de las complejas sociedades anasazi en Chaco Canyon y Mesa Verde durante el Siglo XII?

¿Qué entonces? por cierto.

No estoy siendo simplemente apocalíptico al decirlo. Sólo pregunto. Ni siquiera espero respuestas. Sólo quisiera que un grupo de sujetos con las necesarias capacidades explore la cuestión “¿Qué entonces? para todos nosotros. Que traten de atar unos pocos cabos, o que nos digan si no es posible atarlos, o simplemente nos expliquen dónde se encuentran realmente.

Mientras el mundo arde

Bueno, ya que estoy metido en el tema, permitidme que lance una queja más. Como indico en este artículo, la sequía del sudeste, a diferencia del famoso queso de la canción para niños, no está sola. Condiciones semejantes, que a menudo involucran temperaturas récord o casi de récord, y fuegos incontrolados récord o casi de récord, pueden ser observadas en numerosos sitios en todo el planeta. ¿Así que por qué, con la excepción de sitios en la Red relativamente oscuros, apenas se puede encontrar un artículo en la prensa dominante que mencione más de una sequía al mismo tiempo?

Una honorable excepción sería una reciente columna del Seattle Times por Neal Peirce que combinó las sequías del sudoeste y del sudeste, así como la “zona de llamas” occidental, donde “megafuegos” son cada vez más la norma, en el contexto del calentamiento global, a fin de considerar nuestra aparentemente intencional “miopía sobre el futuro”.

Pero sería difícil encontrar muchos artículos en nuestros principales periódicos (o en las noticias de la televisión) que juntaran todos (o incluso una serie) de los extremos puntos de sequía en el mapa global para formular una simple pregunta (aun si su respuesta pueda ciertamente resultar compleja): ¿Tienen algo en común? Y si es así ¿qué? Y si es así ¿qué entonces?

Para encontrar respuestas, aunque sean vacilantes, a semejantes preguntas, hay que abandonar los medios dominantes. Amy Goodman de Democracy Now!, por ejemplo, entrevistó recientemente al paleontólogo y autor de “The Weather Makers: The History and Future Impact of Climate Change,” Tim Flannery, sobre el tópico de “un mundo en fuego.” Flannery hizo la siguiente observación:

“No se trata sólo del sudeste de EE.UU. Europa ha tenido sus grandes sequías y falta de agua. Australia es asolada por una sequía que es casi increíble en su ferocidad. De nuevo, se trata de un cuadro global. Obtenemos mucha menos agua utilizable que hace una década o dos o tres. Es algo que predicen los modelos climáticos. En cuanto a las inundaciones, de nuevo vemos lo mismo: Una atmósfera recalentada es sólo una atmósfera más cargada de energía. Así que si me pregunta sobre un solo evento de inundación o un solo evento de incendio, es realmente difícil hacer la conexión, pero si se toma el cuadro general se ve muy claramente lo que está ocurriendo.”

Sé que las respuestas a la pregunta “¿y entonces qué?” no son fáciles o necesariamente simples. Pero si la sequía – o llámela “desertificación” – se generaliza, se hace mas común en partes fuertemente pobladas de un globo que ya revienta (y con más gente que llega a diario), si regiones enteras ya no tienen el agua necesaria, ¿cuántos senderos de lágrimas, cuántas de esas migraciones masivas o colapsos de civilizaciones son posibles? ¿Cuántos incendios, y sufrimientos y miseria, vamos a sufrir? ¿Y qué entonces?

Son preguntas que no puedo responder; que es seguro que el gobierno de Bush es desesperadamente reacio y no está preparado para enfrentar; y que, hasta ahora, los medios se han negado a considerarlo el problema de manera seria. Y si los medios no pueden encararlo y no comienzan a atar algunos cabos, ¿por qué no iban a negarlo también los estadounidenses?

No es que no haya nadie que piense en, o trabaje en cuanto a, la sequía. Sé que hay científicos que han estado formulando las preguntas de “¿y entonces qué? (o tal vez las mucho más relevantes que no siquiera puedo formular), que en algún sitio hay gente que ha estado explorando, estudiando, escribiendo sobre ellas. ¿Pero cómo lo voy a descubrir?

Desde luego, todos nosotros podemos vagar por Internet; podemos visitar la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, que acaba de establecer un nuevo sitio en la Red para ayudar a alentar la cobertura de la sequía; podemos entrar en blogs como RealClimate.org y ClimateProgress.org, que tienen la costumbre de estar al día, o de anticipar, semejantes historias; o incluso, por ejemplo, el sitio en la Red Georgia Drought del Colegio de Ciencias Agrícolas y Medioambientales de la Universidad de Georgia; o podemos considerar una nueva organización de periodistas (bien descrita recientemente en el show de NPR "On the Media"), Circle of Blue, que planifican su concentración en temas relacionados con el agua. Pero, creedme, incluso si llegáis a algunos de esos sitios, os encontraréis en un paisaje desconocido sin pozos de agua a la vista y sin guías que os lleven a ellos.

Mientras tanto, puede que no haya un sendero de lágrimas que salga de Atlanta; que sepamos, incluso podrá haber lluvia en el futuro de la ciudad; pero es suficientemente obvio que, globalmente y posiblemente a escala nacional, la tragedia espera. Es hora de llamar al primer equipo para que formule algunas preguntas.

Sinceramente, no exijo respuestas. Sólo un poco de investigación, algunos pensamientos, y una mirada o dos por ese precipicio a medida que el mundo gira... y se asa y se quema.

Tom Engelhardt, que dirige Tomdispatch.com, del Nation Institute, donde apareció primero este artículo es cofundador del American Empire Project. Su libro: “The End of Victory Culture· (University of Massachusetts Press), acaba de ser exhaustivamente actualizado en una edición recién publicada que trata de las secuelas de derrumbe e incendio de la cultura de la victoria en Iraq.

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